La estafa revolucionaria del camarada Hubieres, C. x A.
Vino de abajo, como todos los que suben. Del seno de la combativa izquierda revolucionaria, por supuesto. Figurando siempre a la vanguardia de las lides y reivindicativas causas populares.
El montaje fue perfecto. Dialécticamente puesto en escena. Y no podía fallar, como en efecto: facha de sindicalista abnegado, retórica de barricada, discurso antiimperialista urdidamente opositor, cercanos vínculos con la prensa e indumentaria de genuino líder de las proletarias bases choferiles.
Hasta desgreñada barba tenía el tipo, al mejor (¿?) estilo del comandante de la Sierra Maestra. O del Caamaño de Caracoles, para colmo de oportunas conveniencias. Conjeturo que en sus días de secundaria, por allá en tiempos de guerra fría, fue también un ardiente paladín estudiantil nuestro tragicómico e insigne personaje.
En fin, que a fuerza de verbo, denodados cojones, astutas poses de filantrópico Quijote y uno que otro televisado atropello policial, pudo el camarada potenciar e incluso expandir hasta la estratégica capital su trashumante liderazgo con barbuda faz, académicas gafas y pinta corporal de Ghandi incluidas.
Años más tarde, transcurrido un sinfín de huelgas, escalonados paros, invectivas ruedas de prensa, e impopulares aumentos tarifarios del “servicio”, le vi compartir tarima con el extinto líder de masas perredeísta, en plena zafra electoral.
Fue más o menos una década después de ese táctico golpe de efecto cuando le observé sucumbir en su primer intento de infiltrar el Congreso aliado al partido blanco allá en Monte Plata, su prolífico feudo político y patrimonial.
Tiempo atrás pude presenciar su espectacular escape, con un botín de 432 azules autobuses a cuestas, de la zaga político-judicial del fraudulento Plan Renove, por la que eventualmente devinieron en prisión sus más sagaces competidores pseudo sindicales.
No sin antes constituirse, desde luego, en un mediático y urticante adversario de armas a tomar contra el Gobierno de turno, cada vez que autoridad alguna daba vigencia a su archivado expediente, u osaba reclamar el pago de la millonaria deuda con el Estado, generosamente avalada por el cabildo capitalino a instancias del “Caballo mayor”.
Con más de RD$540 millones (RD$542,213,668 según el Banreservas) timaron al Estado – y de paso a todo transeúnte de a pie – los socios del legendario portador de la perenne chaqueta, que supo fusionar eclécticamente, con todo el pragmatismo preciso, su ideológico marxismo (¿?) con sus monetarios intereses y nichos cautivos de mercado.
De micro a macro empresario; de inquilino a advenedizo finquero, dicen las “malas” (pero muchas veces certeras) lenguas que evolucionó desde entonces el camarada, triunfal en su práctico y lucrativo empleo de la perestroika.
En fin, que el transportista-gremialista-revolucionario de marras sigue como nunca en pie, ahora subido en el palo congresual como diputado. Mientras el caótico “sistema” de transporte colectivo - su fértil caldo de cultivo - prolifera en todas sus deformes formas, a expensas del pedestre montón de usuarios que en crecientes proporciones amontonan, ultrajan y hasta matan las voladoras guaguas bajo su mando impunemente.
Me llega el recuerdo de la gran estafa: la escena fríamente calculada de aquellos arrepentidos choferes y cobradores uniformados de camisa verde tras el estreno de los subsidiados autobuses, en otro vulgar acto de “allante” a la sociedad del electo diputado que hoy pregona representarla, irónicamente desde las gradas de la izquierda progresista y del partido que fundara Bosch.
Más aún le doy mente a la imagen del mismísimo Ché, adherida con inédita irreverencia al cristal trasero de una rauda “voladora” que compite en manejo temerario con otra (igualmente ataviada) en plena vía pública, sin que repare en muerte trágica de joven, anciano o niño alguno el sujeto con manifiesto perfil delictivo que comúnmente va al volante... único aporte tangible a sus conciudadanos, además de los armados “controles” e incidentes trágicos de las paradas, del barbudo empresario del transporte que se dice guevarista.
No sé ustedes, pero yo, ya que aquí tendrá dentro de poco inmunidad parlamentaria (con sus subsiguientes escoltas, exoneraciones y barrilitos), opto por proponer una salida de excepción ante esta interminable vaina: su inminente extradición a La Habana, capital de la Cuba antiimperialista, cuna hemisférica del socialismo postmoderno.
A ver si allá, finalmente, Raúl o Fidel - cual que sea – le hace justicia in memóriam al heroico guerrillero disponiendo, sin que medien dilatorios titubeos ni burocráticas trabas judiciales, la correspondiente pena a la altura del cargo imputable a tan apócrifo barbudo: “Paredón por usufructo mercurial en primer grado, con inconfesables fines, del inefable simbolismo universal del Ché”.
Esa sí que sería una auténtica acción revolucionaria. Con barba o sin ella en estrado. (Alexander Peña)
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