A LOS QUE INTENTAN MATAR MIS SUEÑOS


Hace tiempo que dejé de ejercer el derecho constitucional aquél de votar y ser votado. Poco me importan cuestionamientos absurdos y cínicos. Ya nadie me convencerá con el discurso amargo de que votando consolido mi democracia perdida, y también absurda. Estoy decepcionado de todo y de todos los que de alguna forma huelen a este sistema corrupto, maldito y subyugador.

Insisto, dudo mucho que alguien me convenza de que debo votar por candidatos desesperados por alcanzar seis años de manejo ininterrumpido de millones y más millones de pesos. Sí, de mis pesos y los pesos de todos y todas los que suelen leer este blog.

Y me arrepiento de haber votado unas dos veces, después que adquirí mi condición de hombre resignado a tener cédula de identidad (cuanto quisiera que no fuera electoral). Estoy tan arrepentido, que hasta vergüenzas siento de decir lo que durante años dije con vano orgullo: que soy de izquierda. Que creo y defiendo el modelo socialista, aunque con derecho reservado a no comulgar con tantas cosas de ese sistema de gobierno.

Nunca lo creí. Ni lo imaginé tampoco. Gente que preconizó que sí es posible una vida más justa y equilibrada para todos. Que nos deleitaba haciéndonos escuchar aquellos mensajes que alentaban las condiciones para un nuevo orden; para un gobierno del pueblo y para el pueblo oprimido de siempore.

Nunca lo creí. Esos hombres y mujeres, otrora modelo de inspiración para el cambio verdadero, hoy están a sus pies. A los pies de los meros responsables del orden maldito, cruel y esclavista que en algún momento intentaron cambiar, al menos manteniendo firmes sus ideas. Al menos de esta forma.

Ser candidato por un partido causante de crisis económicas desastrosas; aspirar a un cargo de elección popular por un partido de gente inescrupulosa y capaz de cualquier cosa para mantener su estatus tramposo y logrado a las malas. Ser candidato de un partido negociador y usurpador de derechos. Optar por un puesto público en representación de un partido de dirigentes desacreditados y de conductas asqueantes; de mentirosos y simuladores; de babosos descalabrados por sus malditas mentiras.

Ser candidato por un partido ideológicamente podrido y sin objetivos definidos, es volver a matar a los que justamente murieron por combatir decisiones alocadas e irresponsables, como esas que tomaron los izquierdistas que enterraron su credibilidad al inscribirse en el trillo de la inmoralidad personalizada y descarada.

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