LA OSCURA NOCHE EN QUE MATARON A PAPÓ




A las 7:00 de la noche Papó no había llegado a casa. Su trabajo era fatigoso, pero estaba acostumbrado. Bregaba con caballos nacidos y criados para cargar sacos de arroz en cáscara, desde la finca hasta el camión que lleva este producto a las factorías para darle molienda.

Papó no se metía con nadie, todos lo sabían. Era un hombre callado, sereno y caballeroso hasta pecar de exagerado. El verano había pasado con resultados desastrosos para las siembras de arroz. En los campos arroceros, los campesinos cortaban la cosecha de invierno. Eran los tiempos buenos de Papó, porque él no tenía que ver con créditos privilegiados ni con parceleros frustrados. Cobraba por sacos cargados.

La noche en que mataron a Papó hacía mucho frío. Tal vez era sábado. Yo tenía menos de ocho años. Mi padre había salido desde temprano de casa, situación que más tarde tendría que explicar en detalles. Mi campo no soñaba con energía eléctrica. Estaba oscura aquella noche. Mis primos y un tío hermano de mi papá, estaban en casa desde temprano, uno de ellos enamorado de una hermana de mi mamá.

Durante el día hubo el movimiento típico del campo que se resiste a morir antes de tiempo. La muerte asechaba, pero el ambiente campesino daba una sensación de alegría simulada y limitada. La noche estaba oscura; muy oscura, “como la boca de un lobo”, decía nuestra madre para alertarnos del “cuco” que nunca conocimos en persona.

La muerte hacía su ronda habitual por Bacumí, el campo donde al terminar la tarde Papó amarraba sus caballos con el lomo partido en dos; resollando de cansancio. Eran sus inseparables compañeros de fajina. El día en que Papó se despidió de sus animales, había un movimiento inusual en mi campo.

El bravucón del barrio andaba suelto y con el pico caliente. Le gustaba más beber que comer. El sujeto que hacía gala de come hombres y famoso por dar trompadas y bofetadas, lo llamaban Galafato. Era una noche grimosa. Nuestra madre nos metió a casa más temprano que nunca. El día se consumió entre bullicios y ron Brugal del que pica muchísimo. Ese mismo, el que saca muecas al que lo prueba y surte efectos malditos. Galafato estaba tomando desde temprano. Era más enamorado que una gata en calor.

Hasta la noche en que la desgracia marcó con sangre esta historia, Galafato nunca abandonó un puñal que por sus proporciones lo apodaban “equilete”. Medía las pulgadas requeridas para traspasar una vaca gorda preñada. A las 9:00 de aquella noche fría, oscura y extraña, Galafato y su puñal tenían todo el romo del mundo en el buche y el diablo en candela intrincado en su cabeza.

Cuentan que Galafato discutió en un negocio de bachatas sin letras y hombres toscos sin bañar. El pleito fue por una tercia de ron del malo y un cuero que bailaba, bebía y se acostaba con todos. Se las disputaron a trompadas y botellazos. El puñal estaba reservado para otros fines. Galafato salió furibundo del negocio que llamaban Jumbo. Lo acompañaron el diablo y su amigo el “equilete”.

Papó estaba cansado por la jornada del día. Caminar entre lodo y, para colmo, arreando caballos viejos y estropeados, no es tarea fácil. Lo hacen solo los hombres que confían en su sudor la suerte de su destino. Mis primos y el tío enamorado de mi tía materna seguían en mi casa. Andaban en motores C-70, de esos que ya casi no se usan.

Mi papá no había llegado a casa aun. Todos, menos los familiares de Papó, creyeron que mi papá no estaba en casa aquella noche oscura y fría. En los velorios preguntaban, “¡ay Damasito!, ¿dónde tú estabas, Damasito?”. Galafato ya no conocía a nadie. Estaba transformado. Respiraba sangre por dondequiera. El diablo y “equilete” se hicieron cómplices y le ordenaron darle 24 puñaladas. Papó se había enterado que en el pleito a trompadas y botellazos había un primo suyo y salió a buscar la muerte.

Un hombre de trabajo, de su familia, de bien, de su casa, de trabajo, cayó de bruces con 24 estocadas mortales en su cuerpo flacucho. Algo le dijo a Don Mamerto que debía ir por su hijo. Papó era su preferido. La muerte seguía su ronda habitual y Mamerto la encontró en la punta del puñal de Galafato. Era una noche muy oscura y fría. Galafato era el diablo prendido en candela revolcándose en su cabeza.

La noche oscura, fría y extraña despidió con sangre a Papó y a su viejo Mamerto. Mi papá era un gran amigo del recuero y de su padre destripado. Lloró en silencio y con rabia. Mi papá no estaba en casa. Creo que fue lo mejor.
Oscar Quezada

Comentarios

  1. Me gusta esta iniciativa, es bastante dinamica em gustaria enviar algunos escritos

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