No pasaba de ocho años la noche en que se produjo esa discusión. "Mis hijos no dicen coño"; "mis muchachos nunca han dicho coño". Con estas palabras, mi madre trataba de explicarle a un señor que en mi campo llamaban Sijo Vázquez, que nosotros, mis tres hermanos y yo, éramos incapaces de pronunciar esta palabra. Pero don Sijo estaba empecinado. "Anjá, ¿Y qué es lo que acaba de decir ahora?", le ripostaba insistente a mi madre, señalando airadamente hacia mi. Sijo estaba tan seguro de que yo había gritado un coño, que ya su empecinamiento lo convertía en un necio aprovechado, porque aquel pleito ocurría justo debajo del cinc mohoso de su casa, adonde íbamos cada noche a ver una telenovela que si mal no recuerdo se llamaba "Cuando los hijos se van". Así era, Sijo Vázquez se estaba aprovechando de que su casa era una de las pocas donde, para la época, había televisión. Era una Toshiba blanco y negro que adquirió para ver el juego de pelota, y la luc...
Comentarios
Publicar un comentario