Corrupción, ¿hasta cuándo?



Víctor de la Rosa, estudiante de periodismo

La corrupción gubernamental se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Triste realidad la que nos golpea. Hablar de corrupción es igual a decir, abuso, robo, coger lo ajeno, impunidad, complicidad y pasividad deliberada para combatirla y someter a la justicia a los responsables descaradamente apoyados.

Decir corrupción es manejar dinero del pueblo y hacer riquezas particulares con los recursos de todos. Es actuar al margen de la ley con el conocimiento pleno de los que tienen poder para encarcelar a protagonistas y actores de segunda. Es engañar, estafar, mentir y simular a diestra y siniestra y luego emerger triunfantes con la venia de los grandes.

Corrupción equivale a vivir bien y pasar la factura a los imbéciles que siguen confiando en las burdas promesas de un nuevo mañana. Es no reparar concienzudamente en que cada vez más caemos en un abismo sin fin y sin esperanza ninguna de salir, y mucho menos de ser rescatados.

Paradójicamente, la corrupción es el tema más recurrente entre nuestros políticos. La gente de a pie, los desarrapados, no hacen otra cosa que escuchar silentes las burlas disfrazadas de nuestros representantes. Sus comentarios sobre este tumor infernal dan la impresión de que se trata de una situación ajena a su accionar reiterado.

Me parece que los políticos del patio están plenamente convencidos de que las tribus indígenas pululan aun por Quisqueya la vieja y que, al menos por ahora, sus bellaquerías consentidas no corren peligro alguno. Más que los efectos de ese gusano dañino, lo que más duele es lo poco que hemos avanzado en prevención y castigo.

Nuestros servidores (con escasísimas excepciones) siguen campante y sonante, restregándole al pueblo la dicha de haber nacido y ejercido política en un país sin dolientes reales. Esa plaga destructora de aspiraciones y anhelos sociales continúa avasallante. ¿Quién podrá defendernos?

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