NO HAGAS CASO, MIKI, SON COSAS DEL PERIODISMO

Los periodistas acusamos siempre la tentación de servir la información que más impacto genere. Incluso, apostamos al impacto como forma de competir ante nuestros propios colegas, no necesariamente ante el medio de comunicación para el que trabajan. Es la parte romántica del emocionante oficio de informar, para interpretarlo de alguna forma. Desarrollamos la capacidad de hacerle trampas a las reglas básicas de redacción periodística y meternos en el complejo campo de la subjetividad. Sabemos cómo hacerlo. Y casi siempre salimos airosos. Somos tan inteligentes haciendo lo que sabemos hacer, que hasta activamos nuestro ingenio para irrespetar a quienes nos piden no revelar fuentes o datos. Condenamos el morbo, pero nos tranquiliza saber que, aunque lo incitemos, al menos por eso el medio no cancelerá nuestro contrato de trabajo. Sí que es divertido nuestro trabajo. Al que se le ocurra decirnos 'no diga que yo te dije esto que te estoy diciendo', le demostramos que fácilmente quedaría mal parado. Es como si tuviéramos licencia para eso y un poquito más. Y cuidado quién se meta con lo que hacemos y sabemos hacer bien, porque no le irá nada bien. Talvez por todas estas bondades, que escudan y embellecen nuestra aureola de sabelotodo, nadie le hizo caso al jefe de la Policía, cuando pidió "comprensión" a los periodistas que luego escribieron (sin maquillajes ni frases poéticas) porqué mataron a Miki Bretón. El morbo no conviene, pero entretiene y hace aun más divertido el periodismo moderno. Gracias a nuestro ingenio, la opinión pública tiene ahora otras cosas en qué pensar y más insumo para especular. Doce puñaladas y un entierro. Punto final. La vida de los vivos debe seguir. Amén.

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