ADIÓS, "AVÍ"


Había muchas personas, Arismelvin. Acudieron gente de a pie, en yipetas, motores, bicicletas, guaguas y camionetas, pobres, de clase media alta, políticos... Todos estaban tristes. No como tú, que dibujabas la sonrisa típica del campesino tímido y bonachón. Tus padres estaban destrozados. Tus hermanitos también. Tu abuela paterna, no paró nunca de llorar. Todavía sigue llorando. Mi hermano mayor, Daniel, finge haberlo superado. Pero embuste, sigue igual de acongojado. Había muchas flores, de todas formas y colores. Arregladas para la ocasión. Las canciones en la Iglesia Católica, eran hermosas. Era un coro de jóvenes. La guitarra sonaba muy bien afinada. La tocaba una mujer que-me cuentan-es cercana a tu familia. Sus acordes hicieron llorar a muchos. Yo no lloré, debo serte sincero. Te cuento que domino la técnica de llorar por dentro. Hace mucho que lo aprendí. Así nadie ve ni sufre mis sufrimientos, porque después de todo, Arismelvin, el sufrimiento es de uno solo. No se comparte, aunque suele ser contagioso. La misa fue oficiada por un sacerdote que se equivocaba siempre que decía tu nombre. Te llamó Arismendi más de una vez. Te echaron agua por encima y te encomendaron al Señor. Dicen que es agua bendita. Tu pueblo, Villa La Mata, estaba de luto. Mi esposa, Ivonne, te lloró bastante. Mi hijo, Nilson, pregunta por ti. Solo tiene tres años. No sabía qué decirle. Es difícil. Le dije la verdad, para que aprenda a vivir desde pequeño en el mundo real. Ignoro si lo entendió. Me dice que quiere otro "Aví". ¿Recuerdas que así te decía, porque no podía pronunciar tu nombre perfectamente?. ¡Cuánto cariño le diste a mi hijo! Fue por Nilson que comenzamos a llamarte "Aví". Debo decirte que cuando fuimos a despedirte, tus padres y hermanos siempre estuvieron a tu lado. Nunca te dejaron solo. Negro, el más pequeño, no fue a despedirte. Él se quedó en casa. Fue lo mejor. ¿Sabes algo? Estabas vestido de blanco entero. Hasta te dejaron un "funky", creo que así le dicen a la forma jovial, moderna o globalizada de recortarse el pelo. Es algo así como un afro. Pero te quedaba bien. Sin embargo, Arismelvin, te veías demacrado. Pálido. No reías como siempre lo hacías. Tu rostro era otro. Totalmente transformado. Muy distinto al diciembre pasado, cuando esperamos en familia el cañonazo que anuncia un nuevo año. Tu boca, tus labios, lucían exánimes. Tu cuerpo estaba frío. Tenías aun la mueca del dolor en tu rostro. Sin la alegría acostumbrada. Te parecías un poco al Aví que intentó decir mi nombre, cuando fui a verte a la clínica. Ese día, quisiste hablarme. No pudiste. Con apuros, conseguiste balbucear: "Nino", mi apodo que nunca olvidaste. Creí que querías decirme algo. Te pusiste contento, aunque no podías reir. No tenías ganas de reír. El dolor no te dejaba reír. Aquel cáncer inmisericorde no te permitió reir. Adiviné un grito de auxilio en tu mirada apagada. Me dolió tanto ser conciente de que todo estaba perdido. ¿Que cómo sé tantas cosas?, pues porque estuve todo el tiempo cerca de tu ataúd; porque mantuve mis manos encima de aquel cajón gris que cargaba tu cuerpo inerte; Porque ví y sufrí el instante en que sellaron tu tumba. Porque ví a dos padres quebrados al sepultar a su hijo. Lo supe porque estuve en tu entierro, Arismelvin.
OQ

Comentarios

  1. Hoy, yo también te doy la bienvenida Arismelvin, digo bienvenida, porque es mi manera de despedir a alguien que al momento de conocerle, le despiden. Conocí también tu dolor expresado aqui y el dolor de tus padres. Porque tus padres son los padres de cada quien, como tú, también puede ser el hijo de todos nosotros. kárpov de acuarela.tk

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  2. Nos convidas tu dolor con este texto.
    Un abrazo.

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